jueves, 21 de enero de 2010

Los principes siempre se quedan con las princesas.


Hoy ella os contará un cuento.

Había una vez, en un lugar muy, muy, lejano, un príncipe muy guapo, moreno y alto, este príncipe tenía muchos amigos y era muy conocido en todo el reino.

Un día, cuando el príncipe volvió de luchar en una guerra, empezó una nueva sirvienta a trabajar en palacio, ella no era la más guapa, ni la más esbelta, ni la más delgada, ella no vestía con majestuosos trajes ni llevaba perlas y el pelo recogido con una tiara, ella era de lo más normal, era sencilla, trabajaba, acudía cuando la llamaban, hacía lo que le mandaba, pero sobretodo, la sirvienta no estaba acostumbrada a llamar la atención, ni a destacar entre sus pocas amigas. A pesar de todo esto, y por alguna razón que nadie conoce, el príncipe se fijó en ella.

El tiempo pasó, y todas las sirvientas estaban perdidamente enamoradas del príncipe menos ella, que seguía con su vida, que trabajaba, y que aguantaba todas las tonterías de sus amigas sirvientas, que solo pensaban en el guapo príncipe.

Un día, un paje real, fiel consejero del príncipe y muy amigo de él, se acercó a la muchacha mientas hacía sus tareas, en un susurro le contó que el príncipe solo hablaba de ella y solo pensaba en ella.

-¿Acaso tu lees los pensamientos?- le replicó ella.

-Se le nota en la cara- y sin más, la dejó fregando el suelo del corredor y doblo la esquina.

Ella resopló y siguió con su trabajo, intentado ignorar lo que acababa de oír, la sirvienta no quería nada con el príncipe, sería mejor olvidar el tema, ella no quería convertirse en una niña tonta enamorada como se habían convertido sus amigas, para nada.

Y se convirtió en la peor niña enamorada de todas.

Su imagen le embotaba el cerebro, cuando limpiaba su ropa el olor la dejaba atontada, cuando lo veía sonreír -aún que no fuera para ella- ella sonreía también, cuando le pedía cualquier cosa la hacía encantada, sonriendo, con más cuidado, con más rapidez, se miraba al espejo, se intentaba peinar, se recolocaba el andrajoso vestido, y se convertía en una total devota a una religión a la que ella no había consentido creer.

El tiempo pasó, un mes, dos meses, y las demás criadas dejaron de estar "enamoradas" del magnífico príncipe. Pero ella seguía igual de persistente, no se olvidaba, y a cada momento le resonaban las palabras del paje en la mente, una y otra vez intentaba convencerse de que era una mentira, y de que ahora estarían riéndose de ella, pero nadie podía impedir que la humilde muchacha dejara de soñar.

Pero un día la harapienta sirvienta recibió una misteriosa carta en la que la citaban a medianoche en el jardín del lago de la zona oeste del palacio, su lugar favorito de todo el palacio. Suspiró. La carta no estaba firmada, pero ella, ingenua, decidió ponerse más guapa que nunca, se puso su mejor vestido, sus mejores zapatos, se peinó lo mejor que pudo, se puso unos polvos en la cara, y a las doce menos un minuto estaba allí, puntual.

Por un momento pensó que nadie vendría, que era una broma de mal gusto, pero cuando vio una sombra detrás de ella se volvió y encontró al guapo príncipe mirándola fijamente, el corazón el jugó una mala pasada y comenzó a latir con una fuerza inusitada, delatándola, sus mejillas se ruborizaron y bajó la mirada, él se acercó y le apartó el pelo de la cara, se acercó a su oreja y le susurró que la quería, apenas unos segundos después, la besó.

Y ella le correspondió al beso.

¡Pobre perdición la de muchacha que había caído en sus redes! El príncipe le dijo muchas veces que la amaba, que la quería, que la haría su princesa, que no podía vivir sin ella, que las le bajaría las estrellas y la luna, y en el fragor de la noche, la hizo suya.

Desdichada ella, que sucumbió a sus encantos y le entregó su inocencia. Maldita ingenua que le creyó todos sus embustes.

A los dos días se anunció en el reino el compromiso del príncipe con una bella princesa rubia de un reino muy lejano, y con ello, llegó su desgracia.

¿Por qué había sido tan necia? Como pudo ser tan crédula. Lloró, mucho, y al tercer día de llanto paró, no era demasiado consciente de lo que hacía, ni de que pretendía hacer, pero ya le daba todo igual, ya nada tenía demasiado sentido.

Subió lentamente las escaleras principales, las que estaban reservadas a los nobles cuando no se necesitaban limpiar, y en lo alto de la escalera, rodeada de mármol blanco gritó:

-¡Ahora ya soy tu princesa!

Presa de su locura corrió por todos los pasillos principales, abrió todas las puertas mientras gritaba, “Soy toda tuya, tómame otra vez.” Pobre muchacha, la tomaron por loca, por enferma, nadie sabía a que se refería, y el príncipe salió al pasillo igual que todos los demás y la miró, indiferente, con un deje de extrañeza igual que todos los demás, cerró la puerta y volvió a lo que fuera que estaba haciendo.

Ese mismo día, la sirvienta se tiró del torreón más alto del palacio y perdió la vida.

Nadie jamás consiguió adivinar lo que le había ocurrido.

El príncipe se casó con la princesa.

Ella, tonta e imbécil, se creyó los cuentos de hadas donde el amor siempre triunfa, y no sabía que los príncipes se casan con princesas y los criados con las criadas.

Y así termina esta historia de un amor enfermizo, de un amor loco, la historia de una muchacha que murió por amor, que murió de la manera más triste, sucumbió a la locura, se dejó llevar.

Bendita Soñadora.

Este intento de cuento forma parte de la tabla independiente Fairytale, pienso escribir algunos más parecidos, los típicos cuentos que nos cuentan cuando somos chiquitinas, pero con un final diferente ;)

Con esto no intento nada más que soltar un poco a mi mente y mi inventiva, que anda algo tocada últimamente.

El final no me convence demasiado... pero es muy importante para mi esta historia, por eso le tengo especial cariño :)

Enjoy!

Belén Fernández.

Gracias por leerme :)


1 comentario:

  1. dioos beléen me encantó tiaa!
    en serio e!
    y los imbécilees que dicen que esto estáa mal es para partirle la cara asii de claroo!
    teQuieeroO vi :)

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